"Reflejar los sueños del investigador es también tarea del Cuaderno de Campo.
Y en eso me gustaría que se convirtiera este rincón del blog. Un virtual cuaderno donde expresar, con el corazón en la mano y cuando él mismo lo dicte, las inquietudes y reflexiones que puedan asaltarme".
Y en eso me gustaría que se convirtiera este rincón del blog. Un virtual cuaderno donde expresar, con el corazón en la mano y cuando él mismo lo dicte, las inquietudes y reflexiones que puedan asaltarme".
(08/2012)
En los casi treinta
años dedicados a la búsqueda del enigma, aún siguen sorprendiéndome muchas
cosas. Lo curioso es que algunas de ellas nada tienen que ver con el mundo de
lo insólito. Provienen más bien del universo del comportamiento humano en sus
relaciones con los demás.
En el mundillo de la
investigación del misterio, siempre han habido rencillas, intrigas e insidias
de todo tipo como en cualquier colectivo que esté vivo. Algunas de estas
disputas han trascendido, en más de una ocasión, a lectores, oyentes y
telespectadores, seguidores del estudio de lo paranormal en nuestro país,
poniéndoles en disposición de conocer una realidad interna de relaciones poco
fluidas.
Aunque no formasen
mayoría, lo cierto es que hemos tenido que convivir con "buitres y
tiburones" constantemente. En la familia de los estudiosos del enigma,
carroñeros y depredadores nunca han faltado. No obstante hay que reseñar que
habitualmente estos emponzoñadores del misterio han resultado claramente
identificables a tenor de la desmedida longitud de sus “colmillos”.
Pero, ahora, entre las filas de quienes intentamos bucear
en las profundas aguas de lo inescrutable, ha surgido una nueva especie.
Aparentemente mansa e inofensiva, esta casta responde en realidad a la imagen
conseguida mediante una estudiada técnica de mimetismo. El objetivo: instalarse
como huésped de otro individuo de la familia a la que pretenden pertenecer.
Metáforas y juegos de
palabras aparte, el asunto es verdaderamente irritante.
Desde hace un tiempo,
vengo advirtiendo la presencia de pretendidos investigadores, nacidos al calor
de las nuevas tecnologías y la rapidez del mundo mediático, que no son todo lo
honestos que – a mi juicio – deberían ser.
No hablo aquí de
corrientes de estudiosos de lo extraño calificadas según su método de trabajo.
Ni tan siquiera denuncio la conducta de quienes invierten todos sus esfuerzos
en desacreditar la labor divulgativa de aquellos que un buen día decidieron
emplear su tiempo y dedicación a recorrer campos, caminos y carreteras en pos
de ensalzar una realidad oficialmente negada.
El motivo de mi
indignación viene provocado por la actitud de ciertos ventajistas, detectables
- también detestables - por sus indecorosas actuaciones, casi siempre,
disfrazadas de falsas humildades.
Mis afirmaciones
atienden a la experiencia propia de quien ha sido víctima de esta descendencia
de ávidos cazadores y, aunque sus maniobras no me han originado perjuicio
alguno, sí es cierto que han motivado en mí una gran decepción.
El empeño de esta
incipiente fauna, nacida entre los estudiosos del enigma, no es otro que el de
alcanzar la proximidad a determinados investigadores, escritores o divulgadores
de lo extraño. Es decir, la pretensión de estos avezados embaucadores es
conseguir situarse cerca de los principales exponentes que, sobre los asuntos
del misterio y su difusión, existen en el panorama nacional. Esto, en sí, no es
reprobable. Lo cuestionable son las maneras que emplean estos “parásitos ordeñadores” para lograr su
propósito. El "modus operandi" urdido se basa, principalmente, en la
captación de alguien que pueda servirles como puente para llegar al personaje
elegido que, por otra parte, conviene que sea lo más mediático posible.
Pero, aún así, esto no
sería lo más deplorable, si esta reciente ralea de investigadores obrara
llevando la sinceridad por delante. Como no es así, en una primera parte de su
plan, optan por adular en público y en privado al "intermediario", a
quien después pagarán con el silencio y el vacío.
Tras la confianza
ganada, llega el momento de postularse con la intención de que su trabajo
llegue a quien desde el principio fue su objetivo.
Estas hordas de falsos
“corderos” son rápidamente reconocibles por sus apariciones en las redes
sociales o en cualquier otra tribuna desde la que alzan su voz. A la mínima
oportunidad que se les brinde, bastará para que en sus mensajes destaquen la “gran
amistad" que tienen con el reconocido personaje de turno. Así nos pueden
contar que ayer hablaron con "fulanito" o que esta mañana han
recibido el libro de "menganito". Vamos, que hay que estar un poco al
tanto de lo que les cuentas porque, por adornar su ego, lo
"compartirán" con todos, a las primeras de cambio.
Puede que usted, amigo
lector, se esté preguntando si no será esta la fórmula seguida por todo el
mundo para posicionarse en el lugar anhelado desde el que poder desarrollar su
actividad en este mundo del periodismo del misterio. Pues he de decirle que no.
Al menos, no en mi caso. Quizá por ello tenga legitimidad suficiente para
realizar este alegato a la honestidad. Revelaré aquí lo que hasta ahora
solamente he confiado en “distancias cortas”.
Los dos periodistas del
misterio que más pudieron influir en puntos determinados de mi humilde
trayectoria, dentro del panorama de la investigación y divulgación de lo
insólito, lo hicieron con su amistad en momentos en los que aún no gozaban de
la popularidad y el merecido reconocimiento que después alcanzaron. Ambos
acudieron a mí buscando informaciones y - no me avergüenza admitirlo - a uno de
ellos, en el primer instante, ni siquiera lo reconocí. Créanme, hablo de dos de
los investigadores más mediáticos que actualmente existen en el estudio de lo
paranormal y los ovnis en nuestro país y en el ámbito internacional.
Con esto quiero mostrar
que basta con el sordo pero verdadero trabajo para alcanzar las metas que uno
se proponga. Hay que huir de los atajos. Creer en lo que haces, luchar con
esfuerzo, aunque enfrente puedas tener la incomprensión. La constancia y la
humildad verdadera te abrirán todas las puertas sin necesidad de embaucar a
nadie. En esta vida, no todo vale o, al menos, no debería valer para conseguir
materializar algo tan positivo como las ilusiones.
Estoy seguro que los
amantes de los “caminos cortos” a los que me he referido, especialmente
aquellos que pretendieron a través de mí alcanzar un contacto con quienes
disponen de una presencia mediática en el mundo de la difusión del misterio,
confirmarán su ruin actitud con la evidencia del silencio delator ante quien
esto escribe. Pero nada de esto debe causarme extrañeza, al fin y al cabo, hace
mucho tiempo aprendí a aceptar que, como dice el gran Rosendo Mercado,
"Esto es la fauna, chaval, con sus hurones y serpientes (...)". El
resto de la letra del maestro de Carabanchel prefiero ahorrármela... y no porque no se ajuste al retrato de estos
especímenes, precisamente.
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"AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS"
(04/2012)
(04/2012)
En estos días de abril, el blog ha cumplido su primer aniversario. En realidad, se trata de un trabajo modesto en el que, además, un año tampoco representa mucho. Aunque, claro, esta última consideración depende a qué la apliquemos.
De cualquier forma, durante esta semana, me ha rondado en la cabeza una cuestión recurrente. El planteamiento resultaba de la acción de evaluar la labor y el resultado de este blog en proporción al bagaje que pudiera haber acumulado en los últimos casi treinta años de actividad investigadora y divulgadora del misterio. Lo cierto es que representa poco. Sin embargo, para mí, el fruto de esta experiencia ha sido fascinante. Me ha producido enormes satisfacciones y se ha convertido en uno de los proyectos al que más cariño he dedicado.
Y todo esto en unos tiempos en los que parece que hay prisas para todo. Momentos en los que solamente importan los cometidos pomposos que generen rápidamente un producto llamativo.
El día a día parece que no cuenta. La teoría de “primero un paso y después el otro” se considera extinta. No interesa la labor sencilla y paciente en la que, sin duda, radica el verdadero aprendizaje. Porque lo importante, no lo olvidemos, es el camino. En él aguardan un sinfín de pequeñas vivencias que nos irán enriqueciendo personalmente con dosis de experiencia en forma de pequeñas satisfacciones o de descontentos menores.
Este - pienso que es el valor de las pequeñas cosas con el que, tomando prestado el título al maestro catalán de la canción, he encabezado esta reflexión en voz alta.
Este - pienso que es el valor de las pequeñas cosas con el que, tomando prestado el título al maestro catalán de la canción, he encabezado esta reflexión en voz alta.
Pero existe una circunstancia más en la que la fuerza de un proceder nuestro, aparentemente poco trascendente, puede generar efectos en quienes nos rodean. Hablo de cuando perdemos la oportunidad de realizar pequeños gestos que habrían producido una de esas "verdaderas" felicidades. A mí, por lo menos, me persigue alguna de ellas. Suelen tener forma de detalle menor pero, en la mayoría de los casos, podrían haberse convertido en algo valioso para tu semejante de haber actuado uno de manera diferente. Recuerdo una situación que expresa muy plasticamente estas anécdotas influyentes.
Me sucedió en Zaragoza en 2006, hacía escasos meses que había publicado “Huellas de Otra Realidad”. Visitaba la ciudad, junto a mi esposa, y entramos en una tienda especializada en la venta de libros, música, video juegos, etc., perteneciente a una conocida cadena.
Estando curioseando entre los libros de misterio, percibí, casi sin quererlo, algo que estaba ocurriendo muy cerca de mí. Una pareja joven parecía estar eligiendo lo que podría ser un regalo para el chico. Él sostenía en su mano el libro de un autor amigo. Cuando, de pronto, observé que alargaba el brazo para extraer del estante un ejemplar de mi recién estrenado ensayo. Esto, a un modesto escritor como yo, hace que uno se interese por la reacción del potencial lector al ojear tu obra. En principio, lo noté emocionado al leer la contraportada, pero después pareció contrariado. La pareja conversó en voz baja y, finalmente, el joven, depositó mi libro en lo más bajo y esquinado de la estantería. No seguro de la efectividad de su acción, aún maniobró para ocultarlo detrás de otro título. Daba la impresión que, con aquella singular manera de “reservarlo”, pretendiera hacer tiempo hasta concretar su decisión.
Esta escena me resultaba muy familiar. Deliberaciones parecidas, ante situaciones semejantes, me habían asaltado en las primeras y emocionantes seducciones que ejercieron ciertos libros, hoy entrañables puentes con mis recuerdos juveniles.
Aquella tarde, cuando recogía en caja el ticket de compra de la tienda zaragozana, el muchacho de sección de libros de enigmas puso sobre el mostrador el ejemplar, finalmente elegido, de “Huellas de Otra Realidad”. Libro, autor y lector juntos en pocos metros. Créanme, la maldita timidez o el exacerbado sentido de la discreción de quien esto escribe negaron la oportunidad a aquél joven de estar plenamente seguro de haber hecho la elección acertada, tan sólo, por tener la ocasión de llevarse su libro dedicado por quien lo escribió.
Un pequeño detalle puede convocar a la magia de un gran momento. Pero ¿qué pasa con aquellas cosas a las que no concedemos la oportunidad de acontecer?
En este punto vienen a mi mente las estrofas de otro cantautor, este asturiano para más señas, que dicen:
Me sucedió en Zaragoza en 2006, hacía escasos meses que había publicado “Huellas de Otra Realidad”. Visitaba la ciudad, junto a mi esposa, y entramos en una tienda especializada en la venta de libros, música, video juegos, etc., perteneciente a una conocida cadena.
Estando curioseando entre los libros de misterio, percibí, casi sin quererlo, algo que estaba ocurriendo muy cerca de mí. Una pareja joven parecía estar eligiendo lo que podría ser un regalo para el chico. Él sostenía en su mano el libro de un autor amigo. Cuando, de pronto, observé que alargaba el brazo para extraer del estante un ejemplar de mi recién estrenado ensayo. Esto, a un modesto escritor como yo, hace que uno se interese por la reacción del potencial lector al ojear tu obra. En principio, lo noté emocionado al leer la contraportada, pero después pareció contrariado. La pareja conversó en voz baja y, finalmente, el joven, depositó mi libro en lo más bajo y esquinado de la estantería. No seguro de la efectividad de su acción, aún maniobró para ocultarlo detrás de otro título. Daba la impresión que, con aquella singular manera de “reservarlo”, pretendiera hacer tiempo hasta concretar su decisión.
Esta escena me resultaba muy familiar. Deliberaciones parecidas, ante situaciones semejantes, me habían asaltado en las primeras y emocionantes seducciones que ejercieron ciertos libros, hoy entrañables puentes con mis recuerdos juveniles.
Aquella tarde, cuando recogía en caja el ticket de compra de la tienda zaragozana, el muchacho de sección de libros de enigmas puso sobre el mostrador el ejemplar, finalmente elegido, de “Huellas de Otra Realidad”. Libro, autor y lector juntos en pocos metros. Créanme, la maldita timidez o el exacerbado sentido de la discreción de quien esto escribe negaron la oportunidad a aquél joven de estar plenamente seguro de haber hecho la elección acertada, tan sólo, por tener la ocasión de llevarse su libro dedicado por quien lo escribió.
Un pequeño detalle puede convocar a la magia de un gran momento. Pero ¿qué pasa con aquellas cosas a las que no concedemos la oportunidad de acontecer?
En este punto vienen a mi mente las estrofas de otro cantautor, este asturiano para más señas, que dicen:
“A dónde irán los besos que guardamos, que no damos.
Dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo”
Es un sentimiento que me estremece siempre y que veo reflejado, desde hace algunos años, por la dedicatoria “guardada” como los besos de la canción, en aquella tarde entre libros, en una tienda de Zaragoza.
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El cuaderno de campo es algo más que el fiel depositario de los datos que el investigador de lo absurdo obtiene en cada una de sus pesquisas tras los enigmas. Su libreta es igualmente la confidente de los propios secretos del cronista de lo insólito (al menos, en mi caso sucede así). Este compañero de aventuras se convierte, en multitud de ocasiones, en confesor de reflexiones, anhelos y emociones... en canalizador de fracasos y destinatario de logros. Sin duda, este instrumento del viajero del enigma resiste a la imposición tecnológica de IPads, portátiles, ebooks, móviles y otros recursos de utilidad en la tarea informativa. El cuaderno de quien escudriña lo insólito guarda un componente romántico que ningún otro accesorio de trabajo puede suplantar. Este factor, precisamente, evoca parte de la imaginación y el entusiasmo con que el curioso del misterio afronta su reto. Reflejar los sueños del investigador es también tarea del Cuaderno de Campo.
Y en eso me gustaría que se convirtiera este rincón del blog. Un virtual cuaderno donde expresar, con el corazón en la mano y cuando él mismo me lo dicte, las inquietudes y reflexiones que puedan asaltarme.
Llegados a este punto, permítame que aproveche el primer contacto con este apartado para emitir un inicial parecer acerca de algo. Y parte tiene que ver, precisamente, el romántico compañero del investigador de campo. Porque voy a hablarle de una especie que perdura, entre nosotros los ufólogos, a través de los años, a pesar de su escasa actividad. Me refiero a los "chupasangres" de la información ovni, a quienes para nada les sirve una libreta de investigación. Desde el sillón de su casa no sólo se permiten arrebatar el trabajo de otros sino que además juzgan el caso y, lo que es más infame, a los testigos. Así pueden decir que tal o cual asunto se debe a la proximidad de algún planeta o que el testigo no es de confianza. Y eso ocurre sin moverse de la "paz de su hogar"
El tiempo del "copia y pega" está a la orden del dia. Todo es más sencillo a tiro de ratón. Pero esto habría que cuestionarlo dependiendo de quién lo practique. No se deberá tener la misma beligerancia si quien se apropia de una información es un usuario cualquiera de internet o si quien lo hace es otro investigador. Más aún si lo utiliza para publicarlo tal cual, como si fuera obra suya.
Esto se ha practicado siempre. Más sangrante, desde luego, debía ser antes, puesto que el vampiro tenía que succionar el trabajo de la víctima, letra a letra, a golpe de "Olivetti" y durante largo rato. Tiempo este, el del ejercicio de usurpación, que debería antojársele eterno si se le removían algo la conciencia o las entrañas.
Esta ha sido la vieja batalla entre los investigadores de campo y los ufólogos de salón. Nada parece haber cambiado. Y en mi región... tampoco. Con la mayor impunidad se publican párrafos, páginas, capítulos, reportajes enteros de otros autores que emplearon tiempo, dinero y esfuerzo en escudriñar los escenarios del misterio. De recorrer caminos, buscar testigos, abrir puertas cerradas y conseguir reavivar alguna historia que si no, se podría perder en el tiempo o en la reserva de quien la conocía.
Pero les digo algo a estos investigadores con olor a naftalina: no les cambio ni un solo segundo de esa búsqueda; ni un solo kilómetro de mi andadura; ni un solo momento de la aventura; ni una sola de las sensaciones vividas ante la mirada atónita de un testigo. Estoy seguro que, más que lo conseguido o no, al final de la investigación, lo verdaderamente importante es el trayecto. Y no hablo, simplemente, del recorrido físico.
¡Un abrazo fuerte, amigo!